La griega Agnes del puerto (I agni tou limonou; Grecia, 1952, Yorgos Javellas) es un melodrama portuario, que podría salir del francés de los 30, pero sin realismo mágico, sino más bien crudo, como pasado por la Italia de los 40. Historia de vengnaza y perdición, con algunas cosas fuertes para la época, un padre en apariencia modelo moral con un secreto bastante tremendo en su pasado, que se venga a través de su hijo, prostitución, humillación. Todo sin desmesura, contenido.
En Dragón de la suerte nº 5 (Daigo Fukuruy-maru, 1959, Japón, Kaneto Shindo), el Shindo de antes del éxito de Onibaba trata un tema que ya había tocado antes, el de las armas nucleares, en concreto el caso real de los pescadores mortalmente afectados por la explosión de la bomba atómica en el atolón Bikini por parte de EEUU. Shindo no hace sangre, y prefiere tirar por el melodrama más que por la denuncia o la rabia, a medio camino de todo.
Muy pocas ganas de hablar de Paraíso: amor (Paradies: Liebe, 2012, Austria, Ulrich Seidl), primera parte de la trilogía de este director austríaco, familia cercana de Östlund, una película profundamente desagradable e incómoda, sátira sobre el racismo y la decadencia del turismo sexual de una mujeres austríacas en Kenya. Consigue su propósito, sin duda, tiene un personaje central muy potente, aunque no se me ocurre ningún motivo para que veáis este film. No sé cómo será el resto de la trilogía.
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